Científicamente, está comprobado que el sonreír nos genera una serie de beneficios al cuerpo. Hace días leía un hermoso libro, llamado “Un lunes con mi viejo pastor”, de José Luis Navarro, y en un capítulo encontré una frase que me marcó completamente. 

Dice “Huye de los sentimientos como la peste; pero de la sonrisa no huyas. Sonríe aunque no tengas ganas, es el gesto más sencillo y a la vez más gratificante. Siempre digo, cuesta poco, pero vale mucho; dura un parpadeo y a veces su efecto es para toda la vida”. 

Muchas veces nos olvidamos de lo beneficioso que puede ser para nosotros y para nuestro entorno sonreír, y vivimos encapsulados en amargura, llanto, enojo, o rabia por situaciones que no merecen la pena. 

Cuando sonreímos le decimos adiós al estrés, sacamos a un lado la amargura y estamos proyectando la felicidad. 

Para mí el sonreír es un hermoso don de Dios, y aquellos que siempre pueden levantarte con una sonrisa son un valioso instrumento humano que debemos valorar. 

Proverbios 17: 22 La alegría es como una buena medicina,
    pero el desánimo es como una enfermedad.

Cuando sonríes impregnas a todo tu entorno, puedes ser el instrumento para levantar el ánimo, para cambiar la atmósfera de un lugar, o incluso, puede ser el gesto que le recuerde a otra persona que es un buen día. 

El mundo está lleno de personas que viven del afán, que corren tras la codicia y los placeres de la vida, que se encargan más de mostrar que de vivir los momentos, pero una sonrisa genuina puede cambiar este concepto.  

La sonrisa siempre te llevará a comunicarte mejor con tu entorno, te permitirá minimizar el dolor y te llevará a mejorar la confianza en ti mismo. 

El espíritu desanimado sólo causa enfermedad, pero la alegría siempre será una buena medicina para tu cuerpo y para tu alma. Busca siempre uno y mil motivos para sonreír y no permitas que la amargura se adueñe de todo tu ser. 

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